在粮仓里发现了最新的El Croquis161,在封皮上,Luis Mansilla的名字下,写着纪念(in memoriam)。下面的文字是源自于另外一本著名的西班牙建筑杂志AV的主编Luis Fernández-Galiano的悼词,以次纪念这位年仅52岁离世的天才建筑师。
译文如下:
Luis Moreno Mansilla有一个相貌接近常搞混的兄弟,也有一个如兄弟般合伙人,尽管他们是那么的不同。他的兄弟Vicente同Luis的职业方向完全不同,不过他们在Cadiz的“德国海滩”共同建立了两所几乎相同的度假别墅,在这里他们和他们的家人们一起共度夏天。他的合伙人 Emilio Tuñón比Luis大六个月,是59年上半年生人。最早曾希望做一名海洋工程师,(尽管这个职业梦想被他兄弟所继承),在Rafael Moneo的事务所工作了10年,并随后同Luis共同工作,长达20年。在这20年里,他们共同设计了十多个作品,虽然他们在工作和职业履历上是如此的接近并互相影响,但是并不能改变两人在性格想法,习惯等多方面的巨大差异。
如今,Luis已经不在了,年仅52岁,早逝于巴塞罗那的旅馆的房间里。(谁都知道风险是无处不在的,但是这次仍是如此的突然和意外。)同历史理论学家 Ignasi Solà-Morales一样。死于另外一位年仅45岁去世的才华横溢并饱受关注的建筑师 Enric Miralles的新书发布活动之后。但不同于还有6个月的时间同大家说再见Miralles,但是Luis去得那么的快。留下他的妻子画家Carmen Pinart,无依靠的孩子Luz和Maria,曾经相伴的孪生兄弟Vicente和合伙人Emilio,以及我们这些朋友们。同时留下了他与之奋斗并已成为重要一员的西班牙私人建筑界和那些曾经许下的承诺。
他热爱他的家人,热爱建筑和生活。Luis洞悉世界,满腹创意,常以独到见解来面对学生们的提问。也许是从在罗马的西班牙学院时期起(也是在那里他认识了他的夫人)养成了通过绘画记录事物,自然景观和人的习惯,长于诗词。作为学生,他总是善良和细心,有时也有些内向,但是你可以在他的眼睛中看到永不停息的火焰。
Mansilla-Tunon两人一起周游各地,同在马德里的建筑学院任教。一同建立59年(两人共同的生年)街头艺术的研究,并被世人所知所赞。从早期的Zamora的博物馆,Leon完善的观演中心或者是独创的Castellon的博物馆,到著名绚丽多彩的Musac(并以此获得了欧洲最重要的建筑奖项-密斯奖),以独特性的植入的方式将马德里的鹰牌啤酒厂改造成为社区图书馆和档案馆,在老镇 Cáceres上的餐厅Atrio和至今尚未完工的坐落于皇宫西边的皇家收藏博物馆,涵盖了众多项目(一年前出的AV专辑,是对其几十年工作的总结)和很多具有国际影响力的评论文章,随后在诸多高校巡回上课,包括哈佛和普林斯顿。
但是,任何希望更多的了解Luis的人都应该读读他的博士论文“Apuntes de viaje al interior del tiempo(游走于时间内的笔记)”,他的灵感来源于他在罗马的那些年。在那里,他也踏上了追随那些在历史上伟大的建筑师的道路,从遗迹,纪念建筑和自然景观中寻找答案。“用眼睛去吸收”同时用他的画记录旅行所见所闻,“怀着看到和学到更多的愿望,不回避所有的兴趣点”;这部书是献给“我的祖父Luis,眼科医生,他的那些光学器材伴我长大”,同时“他是以所有人都希望的方式,于睡梦中离去的,而在那一天,我正前往罗马。”
Luis已经去了,去往我们并不确定的地方。而随着他的离去,我们失去了他的善良,他的智慧和他对事物的看法。在他与Emilio共同签名的最后的文字里-就像他们所有的工作一样,写到 Miralles的书马上就要出版了,他说“我怀疑,空间并不是构成我们生活的重要元素。而是那些当我们试图去抓依旧会那些消逝于指缝间的时间”,在对于这位伟大的加泰罗尼亚建筑所写的文字的最后,他又强调了他的观点 “建筑与生活,就像未完成的作品,就像省略号”。在不知不觉中,Luis走完了他的最后一段旅行,就像跟他同名的祖父一样离世,也许他会很喜欢(这种离去的方式),留下了那些未完成的工作。但是对于那些欣赏其才华,拥有其友谊的人来说,我们只能以没有意义的抗拒来对抗无休止的痛苦。
原文如下:
El maestro mellizo
Luis Moreno Mansilla, 1959-2012
Luis Fernández-Galiano
Luis Moreno Mansilla tenía un hermano gemelo con el que era fácil confundirlo, y un socio fraternal en casi todo diferente. Su mellizo Vicente siguió un trayecto profesional en la alta dirección empresarial enteramente divergente del camino creativo de Luis, pero los hermanos se construyeron dos casas de vacaciones casi idénticas en la gaditana Playa de los Alemanes, donde las familias respectivas pasaban juntas y revueltas el verano. Su socio Emilio Tuñón, que había nacido exactamente seis meses antes, y por lo tanto en el extremo opuesto del zodíaco, pensó como Luis hacerse ingeniero naval —aunque ambos acabaron pasando el testigo de esa vocación a sendos hermanos—, se formó como él durante una década en el estudio de Rafael Moneo, y compartió con Luis veinte años de trabajo conjunto que cristalizó en una docena de obras ejemplares; pues bien, tanta intimidad biográfica y entreveramiento profesional no impidió que Luis y Emilio tuvieran las personalidades más opuestas que cabe imaginarse, en las ideas, en los hábitos y en los temperamentos.
Ahora Luis ha muerto en Barcelona a la absurda edad de 52 años, en una habitación de hotel como el historiador y crítico Ignasi Solà-Morales —que supo sin embargo con antelación los riesgos que el azar le reservaba, mientras en esta ocasión todo ha sido súbito e inesperado—, y después de presentar en la ciudad un libro sobre el malogrado y fascinante Enric Miralles, que desapareció a los 45 años pero tuvo al menos varios meses para despedirse, y no como Luis, en esta muerte a traición que deja viuda a su mujer, la pintora Carmen Pinart, huérfanas a sus hijas Luz y María, y amputados de su otra mitad a sus dos mellizos, su hermano Vicente y su socio Emilio, pero que también nos deja desvalidos a todos sus amigos, y a la arquitectura española privada de una de sus figuras más relevantes por lo ya hecho y más prometedoras por lo mucho que tenía por hacer.
Amante de su familia, de la arquitectura y de la vida, Luis bebía el mundo a sorbos, respiraba el humo de la invención y alimentaba su pupila codiciosa con intuiciones deslumbrantes. De su tiempo en la Academia de España en Roma —donde por cierto conoció a la que sería su mujer, también pensionada allí— quedó quizá la costumbre de interpretar los objetos, los paisajes y las gentes a través del dibujo, y en sus trazos latía con fuerza una pulsión poética y una profundidad líricaque parecían ajenas a su figura menuda y pelirroja, siempre atenta y bondadosa, a veces ensimismada, y sin embargo ardiendo sin pausa con un fuego interior de zarza que se consume en la pupila.
La obra del dúo Mansilla-Tuñón, que viajaban juntos a todas partes, daban clase en compañía en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, y proyectaban mano a mano en el estudio de la calle de los Artistas 59 (el año de nacimiento de ambos), es tan bien conocida y ha sido tan unánimemente premiada que no necesita recordarse. Desde el temprano museo de Zamora, el refinado auditorio de León o el innovador museo de Castellón hasta el celebrado y polícromo MUSAC —distinguido con el Premio Mies, el mayor galardón europeo—, pasando por intervenciones en el patrimonio tan singulares y exactas como la fábrica de cerveza El águila en Madrid, transformada en biblioteca y archivo de la Comunidad, el exquisito restaurante Atrio en el casco antiguo de Cáceres o el aún inconcluso Museo de las Colecciones Reales, un plinto rotundo y musical para el Palacio Real en la cornisa poniente de la capital, hay multitud de monografías que la cubren —la última de las cuales es la que hace un año dedicó AV a sus dos décadas de trabajo al alimón—, y sobre ella han escrito los más importantes críticos internacionales, como corresponde a una brillante trayectoria que tuvo el inevitable ornato de la presencia docente de la pareja en las plazas más destacadas del circuito universitario, entre las cuales Harvard y Princeton.
Pero quien desee acercarse al Luis Moreno más íntimo debe leer su tesis doctoral, Apuntes de viaje al interior del tiempo, inspirada por sus propios itinerarios italianos durante los años de Roma, y donde volvió a hollar los caminos recorridos por los grandes arquitectos del siglo pasado en busca de las lecciones cristalizadas en ruinas, monumentos y paisajes, «gravitando alrededor de la mirada», y viajando a sus dibujos «con la voluntad de aprender a ver más y de forma diferente, de no eludir la dilatación de la pupila». El libro está dedicado «a mi abuelo Luis, oculista, entre cuyos aparatos ópticos crecí», y que «murió como a todos nos gustaría morir, de improviso, mientras dormía, la misma mañana en que yo debía partir hacia Roma».
Luis ha partido ahora hacia un destino más incierto, y con su marcha perdemos su bondad, su inteligencia y su mirada. En el que ya será su texto último, firmado con Emilio como todo lo que hacían juntos, y que abre la sección de libros de este mismo número, comentan el de Miralles que habían ido a presentar en Barcelona —donde sus últimas palabras fueron «sospecho que el espacio, en realidad, no forma parte de nuestras preocupaciones vitales, sólo el tiempo, que se derrama y escapa entre los dedos cuando intentamos atraparlo»—, y su reseña termina subrayando la obsesión del tristemente desaparecido arquitecto catalán «por la vida y la arquitectura como obras inacabadas, por los puntos suspensivos». El viaje final de Luis le llevó misteriosamente al encuentro con su frase postrera, muriendo como su abuelo del mismo nombre, quizá como hubiera deseado, y en todo caso dejando inacabada vida y obra. Pero para los que admirábamos su talento y disfrutamos de su amistad, sólo nos resta la insumisión inútil frente a la violencia dolorosa de los puntos suspensivos
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